El mundo ha cambiado, y todos tenemos que asumirlo. Después de un año 2020 en el que la situación se volvió cada vez más difícil, la insatisfacción, la presión social y la apurada situación económica nos obligó a tomar una serie de decisiones que para bien o para mal, han marcado nuestro futuro.
Recuerdo bien aquellos primeros momentos. La amenaza se encontraba lejos y las noticias que nos llegaban parecían minimizar los efectos que el virus tenía sobre los seres humanos. Y sí, muy pocos se daban cuenta del riesgo de aquel aparente simple resfriado. Muy pocos decidieron anticiparse a lo que en cierto sentido ya era una verdad a gritos.
En pocos lugares se tomaron las medidas necesarias para evitarlo. Ahora con el paso del tiempo es fácil hablar, y ya no tiene sentido echar las culpas a nadie. Lo sé. En realidad ni siquiera en aquellos primeros momentos deberíamos de haber desperdiciado las energías en ello. Lo único que tendría que habernos importado era salvar vidas. Por fin entonces muchos estuvieron a la altura, en cambio, otros no.
Lo cierto es que desde el principio habríamos podido ver las crónicas de la gente que lo estaba viviendo al lado de sus casas. Cualquiera que hubiese querido, podría haberlas encontrado al escarbar solo un poco por la red. En realidad, supongo que nadie se atrevió a aceptar el coste político de tomar las decisiones necesarias.
Aún así, tendríamos que haber aprendido la lección. De ese modo quizás habríamos podido identificar a tiempo los problemas que se estaban gestando en otros lugares del mundo. Las estrategias de los países se orientaron a corto plazo, y eso lo complicó todo. Lo único que hoy parece claro, es que las políticas aplicadas para superar la posterior crisis económica no fueron las más acertadas.
En fin, todo eso ya da igual. No podemos cambiar el pasado. Lo cierto es que a muchos países el virus nos golpeó con gran dureza y sus consecuencias las sufrimos durante mucho tiempo. Incluso hoy, seguimos arrastrando aquellas malas decisiones.
Vivíamos tranquilos sin saber que éramos más vulnerables que nunca. Las ciudades se convirtieron en el epicentro de la pandemia. Miles y miles de personas entrando y saliendo todos los días, millones de contactos a la hora de ir al trabajo, hacer la compra o salir a tomar algo.
Por eso la primera decisión fue limitar nuestra movilidad. La premisa era lógica: a menos contactos, menos contagios. Y en efecto, así ocurrió. El problema real vino luego: el miedo. Aunque no llegó a tiempo para evitar el rebrote.
Tras la primera cuarentena, teníamos muchas ganas de recuperar nuestra vida normal. A pesar de las advertencias de las autoridades, hubo algunas personas que no respetaron las medidas de distanciamiento social. En realidad, hubo autoridades que ni siquiera dieron dichas instrucciones, empeñados en conseguir la famosa inmunidad de grupo. La situación se complicó. En fin, ¿para qué darle más vueltas? Esto solo es historia.
El miedo llegó luego; y aunque todo pasó ya, su marca permanecería durante años. Cuando por fin pudimos recuperar una cierta normalidad, teníamos miedo de estar al lado de otras personas. Evitábamos salir a comer con los amigos, ir al trabajo en transporte público o incluso hablar con los padres de nuestros hijos después del colegio.
Así pues tras ese primer rebrote, de forma voluntaria por fin empezamos a reducir nuestros movimientos. Las calles se vaciaron, la vida en las ciudades menguó. Y sin embargo, estaban más transitadas que nunca. ¿Cómo podía ser?
Fácil. Para muchos, la vida tenía que continuar sí o sí. Después de la recesión que sufrimos, el país no se podía detener por completo otra vez. Nadie quería hacer uso del transporte público, y las autoridades locales no realizaron apenas nada por proporcionar una alternativa sostenible. Por eso fue que cada uno de nosotros buscamos una por nuestra cuenta.
Como era de esperar, a pesar de la difícil situación económica, la demanda de vivienda aumentó en las áreas rurales, al mismo tiempo que lo hacía la de coches. Todos queríamos vivir en el campo, pero no podíamos, no sabíamos, o tal vez en realidad nunca quisimos dejar atrás las comodidades que habíamos disfrutado en las ciudades.
De este modo, dado que no encontrábamos respuesta a las demandas que requería la crisis, mucha gente emprendió lo que se conoce como el éxodo urbano. En el camino, nos endeudamos como nunca antes sin que en contraprestación pudiéramos generar nada que mereciera la pena. Al final acabamos llevando lo peor de el entorno urbano a lo que antes llamábamos las zonas vaciadas.
Yo, sin embargo, opté por continuar viviendo en la ciudad. A pesar de la cercanía, odio ir al trabajo. No es por el trabajo en sí, sino por todo lo que ello implica. Y sé que no soy el único en pensar así. Tanto si vas caminando como si vas en coche, el resultado es parecido. O bien optas por horas y horas en atascos, o bien aceptas tragar toda la contaminación, que año a año vate nuevos récords.
Las mascarillas las seguimos utilizando a diario. Antes las usábamos para protegernos del virus, ahora lo hacemos para protegernos de la contaminación. El aire ya no sabe igual, El azul del cielo parece más apagado. Aquellos trinos de los pájaros que me gustaba escuchar cada mañana han desaparecido casi por completo apagados por el creciente ruido del tráfico, asfixiados por la polución.
Y todo porque las instituciones públicas, las empresas e incluso nosotros mismos no supimos aprovechar las oportunidades que nos traían los nuevos tiempos. El teletrabajo, la economía circular, la reducción de las emisiones, la robotización, las nuevas energías, las nuevas soluciones de transporte…
Todo aquello con lo que soñábamos quedó atrás, en un pasado lleno de promesas incumplidas. Hoy vivimos más separados que nunca, no solo por las distancias, sino como sociedad. La desigualdad aumentó, y el desarrollo, que pensábamos que podría extenderse sobre todo a las áreas rurales, se concentró todavía más en manos de unos pocos. Sin innovación, las oportunidades de crecer, de mejorar, desaparecieron.
Sí, a pesar de todo hay una buena noticia. Hoy ya hemos vencido al coronavirus. Encontramos la vacuna y la enfermedad ya no es ninguna amenaza. Sin embargo, sus efectos perduran aún hoy, más de una década después. A fin de cuentas, ¿qué otra cosa podíamos esperar? Invertimos demasiado dinero para mantenernos en un terreno de juego conocido. Y eso que sabíamos que no era lo correcto.
Elegimos políticas cortoplacistas y al final todo colapsó. Sin crear riqueza, sin mejorar la economía, se produjo una gran concentración de poder. Al cortar las posibilidades de innovar, las estructuras de poder se consolidaron. En nuestra obsesión por conservar lo que teníamos, dejamos de mirar al futuro, y por el camino perdimos la oportunidad de construir un mundo mejor.
Quizás fuesen demasiados cambios de golpe.
Quizás necesitásemos aferrarnos a algo conocido.
Quizás era imprescindible preocuparse solo por las medidas urgentes.
Quizás nunca deberíamos haber permitido que nos quitaran la libertad, a cambio de una seguridad irreal.
Quizás los sueños eran simplemente eso. Sueños.
O quizás, las cosas podrían haberse hecho de una forma distinta.
Quizás entonces, podríamos haber salvado más vidas. Quizás, la crisis no habría durado tanto. Quizás podríamos haber construido una sociedad más justa.
Quizás hoy tendríamos un futuro esperanzador.
Sin embargo, tal vez esto solo sea un mal sueño. Tal vez todo pueda suceder de una forma diferente. Tal vez aún estemos a tiempo de conseguirlo. Tal vez, la solución esté en nuestras manos. Y tal vez tú puedas hacer algo todavía para evitarlo.
Crónica de una utopía al alcance de nuestras manos 2.
El mundo ha cambiado, y hoy, dos décadas después de la mayor crisis que hemos vivido en las últimas generaciones, muy pocos piensan ya que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Después de un año 2020 en el que la situación se volvió cada vez más difícil, la insatisfacción, la presión social y la apurada situación económica nos obligó a tomar una serie de decisiones con las que pudimos refundar el sistema y conseguir así disfrutar hoy de una gran calidad de vida.
Recuerdo bien aquellos primeros momentos. La amenaza se encontraba lejos y las noticias que nos llegaban parecían minimizar los efectos que el virus tenía sobre los seres humanos. Y sí, muy pocos se daban cuenta del riesgo de aquel aparente simple resfriado. Muy pocos decidieron anticiparse a lo que en cierto sentido ya era una verdad a gritos.
Fue tal el impacto en nuestro día a día que la sociedad civil despertó por completo, o mejor dicho, maduró. A partir de ese momento demandamos a las autoridades y a las empresas del país unidad, responsabilidad y pensamiento estratégico; con el fin de trabajar todos juntos para crear un plan a largo plazo que nos permitiera salir de la crisis.
Todos éramos conscientes de que se avecinaban tiempos muy complicados, por lo que la confianza en el sistema era esencial. Para lograrlo exigimos la creación de mecanismos de control y de responsabilidad mucho más serios y dinámicos, pues nadie estaba dispuesto a permitir los fallos del pasado.
El resultado fue un incremento de la meritocracia, de forma que al frente de nuestras instituciones se situaron personalidades con reconocida experiencia en la gestión de crisis. Los efectos no se hicieron esperar y pronto disfrutamos de un aumento en el alcance y calidad de los servicios públicos prestados a la sociedad; así como en una mejora en la eficiencia y las finanzas del país.
El primer paso que tomamos para impulsar este cambio fue el de implantar una metodología de análisis continuo. Para ello impulsamos la creación de plataformas abiertas en las que cada país compartía toda la información disponible a fin de identificar las principales medidas realizadas por cada uno de ellos, a fin de poder estudiar a continuación sus resultados.
El objetivo era claro. Intentar evitar que se cometiera dos veces el mismo error y seleccionar aquellas propuestas que habían demostrado su éxito en otros lugares del mundo con la intención de verificar su replicabilidad en cada región.
Para ello fue necesaria una transformación digital integral de todos los sectores del país que redundó en beneficios que ni siquiera imaginábamos por aquel entonces al permitirnos explotar todo el potencial de los datos a tiempo real mediante la inteligencia artificial.
Y creedme, surgieron muchos retos y problemas, algunos de los cuales llevaban siendo ignorados durante décadas. Eso sí, el primero que tuvimos que abordar fue la segunda cuarentena. Por suerte en esta ocasión sí habíamos hecho los deberes y ya estábamos preparados para minimizar sus efectos.
Entre otras medidas, El análisis de los datos de los focos de infección, el teletrabajo, la planificación de la red de transportes, el establecimiento de horarios bien diferenciados que permitiesen distribuir mejor los flujos de personas y vehículos, el aprovisionamiento de material crítico y las alianzas internacionales… contribuyeron mucho a superar este parón.
Poco a poco fuimos alcanzando una mal llamada nueva normalidad; y a pesar de tantas dificultades en esa naciente nueva realidad, pudimos recuperar la confianza en el futuro. Todavía nos faltaba algo de tiempo para alcanzar las cotas de empleo previas a la crisis, pero ya avanzábamos en esa dirección.
La estrategia de desarrollo del país empezaba a dar sus frutos y la economía, aunque tocada por tantas semanas de inactividad, comenzaba a ver la luz al final del túnel gracias a la simplificación de trámites, la inversión en una inaplazable modernización tecnológica y la apuesta por la generación de propiedad intelectual.
Si nos centramos en el entorno más local y echamos la vista atrás, no soy capaz de entender como hace casi dos décadas podíamos soportar vivir en las ciudades que teníamos. Ruidos, contaminación, congestión de las infraestructuras…
Y es curioso que fuera ese maldito virus el que nos forzase a cambiar. Con unas aceras tan reducidas, con tanta superficie destinada a los aparcamientos, con la necesidad de estar desplazándonos a gran distancia para hacer cualquier trámite público o para ir al trabajo, las posibilidades de contagio eran inmensas.
La logística de última milla y el comercio electrónico no solo nos posibilitaron mantener la distancia social en aquellos primeros momentos, sino que además nos ayudaron acelerar el desarrollo y la experimentación con las tecnologías que nos permitirían conseguir todos los cambios con los que soñábamos.
Nos ha costado mucho, sí; pero el esfuerzo a merecido la pena. Por fin Realizamos la reforma y diseño de muchas urbes del mundo para el uso y disfrute de las personas, basándonos en la creación de comunidades, la economía circular y el respeto al entorno.
Ciudades con amplias zonas verdes, con muchas calles peatonales, con el uso de nuevas y antiguas fórmulas de movilidad como la bicicleta o los patinetes, con infraestructuras inteligentes, con una vida social mucho más rica; son a día de hoy la tónica habitual.
Hoy podemos ver en ellas imágenes más típicas de los pueblos, donde los niños pueden jugar sin riesgos en la calle, donde podemos disfrutar de un aire más limpio cargado de los aromas de la vegetación y donde los cantos de los pajarillos nos acompañan cada día.
Algunos regímenes y ciertas empresas intentaron diseñar modelos de smart Cities concebidos como centros híper conectados que capturaban nuestros datos de forma continua amparándose en la justificación de una mejora en nuestra seguridad y nuestra calidad de vida.
Al principio hubo gente que lo aceptó, sin embargo, otros muchos nos opusimos frontalmente a ello. El derecho a la libertad y a la privacidad era irrenunciable, y no queríamos tener un gran hermano vigilando cada segundo de nuestras vidas, lo cual no supuso en ningún momento que nos planteásemos renunciar a las oportunidades que nos ofrecía la tecnología.
Al final la solución no fue convertir nuestras ciudades en espacios controlados por las TIC, sino en diseñarlas como centros al servicio de sus habitantes. Esto implicó un replanteamiento de la ciudad con la que soñábamos, y en la que se adoptó como premisa lograr que pudiésemos disfrutar de la gran mayoría de los servicios públicos a menos de 20 minutos a pie de nuestras casas.
Parques, colegios, administración local, supermercados, salud, banca y un largo etc. de servicios fueron identificados como esenciales. De este modo, las urbes con más de 100.000 habitantes pasaron a ser multicéntricas, con lo que se racionalizó mucho el uso de los transportes. Y como imagináis, los efectos sobre nuestra salud fueron inmediatos.
Si ha esto añadimos la apuesta decisiva por las energías renovables, la peatonalización de muchas calles, el diseño accesible de las infraestructuras, la movilidad compartida y la implantación definitiva del coche eléctrico, hizo que consiguiéramos por fin una reducción radical de los niveles de contaminación, las emisiones de CO2 y de los NOX, así como el nivel de ruidos.
Los nuevos niveles de autonomía que se fueron implantando en los vehículos y robots mediante actualizaciones vía software, así como la capacidad de conocer de forma anticipada las rutas de los conductores a través de la conectividad, fue quizás lo que más nos permitió reducir el consumo energético optimizando al máximo los desplazamientos, incrementando aún más la eficiencia de todo el sistema.
Todo ello nos permitió conseguir una integración real de muchos grupos sociales que hasta la fecha sufrían limitaciones en su movilidad como las personas mayores, los discapacitados, o sencillamente todos aquellos que no tenían carnet. Así al final pudimos garantizar que la movilidad fuese un derecho y no un privilegio.
Esta gran cantidad de avances llegó también a las zonas rurales, donde se desarrolló una importante actividad de experimentación controlada en entornos sencillos para probar dichas medidas antes de su implantación definitiva en las áreas urbanas, con lo que en muchas ocasiones los avances llegaron primero a las poblaciones pequeñas.
Ello supuso que la actividad económica de los pueblos no dependiese en exclusiva de la agricultura y la ganadería, pues muchos profesionales de servicios digitales optaron por disfrutar por completo de los beneficios de la vida en las áreas rurales.
Y como ya hemos mencionado, no podemos olvidar la mejora tecnológica acarreada por los modelos de logística de última milla, así como la utilización de drones a causa del comercio. Fueron estos modelos los que iniciaron toda esta realidad; pero es que además nos posibilitaron explorar nuevas vías para dar respuesta rápida a los problemas de abastecimiento que se produjeron por culpa del virus y de las catástrofes naturales.
Y es que la vacuna tardó más en llegar de lo que se nos intentó vender al principio. Por eso el trabajo tal y como lo entendíamos también tuvo que cambiar, y lo hizo para mejor tanto a corto como a largo plazo pese a los temores de algunos. Dicha mejoría se debió a dos razones principales.
La primera fue la implantación definitiva del teletrabajo tras el experimento forzoso durante la gran cuarentena. Por fin se comprobó y aceptó que la productividad no solo no había disminuido, sino que se había incrementado; al igual que lo hicieron los índices de satisfacción laboral gracias a recuperar el tiempo de desplazamiento para nuestras vidas.
Y la segunda fue la implantación de robots autónomos de gran parte de los puestos de trabajo más manuales. Dado que había que garantizar esa distancia social durante esos primeros años, no quedó otra opción que recurrir al uso de las máquinas, con lo que hasta los más beligerantes en contra de la modernización del tejido productivo aceptaron sus beneficios.
De todas formas, por experiencias previas a la crisis sabíamos que los niveles de paro en los países con mayor número de robots no aumentaban, sino que más bien se reducían al generar más oportunidades de trabajo e incrementar el valor de los mismos.
Las suspicacias fueron desapareciendo cuando se comprobó que a corto plazo esta robotización sirvió sobre todo para ayudar a las personas, reduciendo su nivel de estrés ante tareas repetitivas y disminuyendo el esfuerzo realizado.
No tardamos mucho en descubrir que en la gran mayoría de casos los robots contribuyeron a complementar nuestro trabajo en lugar de sustituirlo por completo, y en aquellos casos que sí lo hicieron, pudimos ofrecer una alternativa satisfactoria a las personas afectadas al planear con tiempo el impacto que éstos iban a ocasionar.
Sin embargo, a largo plazo la robotización de la industria permitió generar nuevos empleos de mayor valor, al ser necesarias tareas de ingeniería, diseño y ética que nos ayudasen a crear máquinas que pudiesen interactuar de una forma amigable con nosotros, al igual que lo hacían los primitivos asistentes digitales en la segunda década del siglo.
Hoy, gracias a todos estos avances estamos por fin en condiciones de implantar de manera definitiva la tan deseada renta básica universal. Y sí, eso también quiere decir que el problema del envejecimiento de la población y el pago de las pensiones ha quedado muy atrás.
A nivel energético también experimentamos una mejoría significativa. Las compañías de combustibles fósiles acabaron convirtiéndose en proveedores de energía y la pila de hidrógeno por fin fue una realidad.
Las demandas sociales por un planeta más limpio, así como el avance tecnológico en la generación y almacenamiento de energía nos permitieron consolidar los modelos de auto consumo, con lo que se logró que importantes regiones a las que no llegaba el tendido eléctrico pudiesen mejorar su calidad de vida y acelerar su crecimiento.
El desarrollo de la autonomía, de la generación y almacenamiento de energía, de una red de comunicaciones global nos permitió empezar a explotar los recursos más cercanos del Sistema Solar, provocando una nueva revolución.
Mediante la colaboración internacional y la participación del sector privado en la carrera espacial, hemos construido varias bases permanentes en la Luna, que nos han servido como punta de lanza para llegar por fin al planeta rojo.
Desde entonces hemos vivido un nuevo renacer de la ciencia, y estamos convencidos de que toda la inversión realizada en el sector nos traerá importantísimos avances a nivel tecnológico en las próximas décadas generando aún más progreso y bienestar.
Todo lo que os he contado hasta ahora repercutió en múltiples sectores. Sería imposible enumerarlos a todos, pero no quería olvidarme de uno de los que más contribuyó a superar esta crisis. El sector de la salud.
Gracias a el aumento de la actividad física, a la reducción de la contaminación, a la robotización del sector, a la extensión de la red 5G, a los tratamientos menos invasivos y a la atención personalizada en el domicilio se consiguió perfeccionar hasta unos niveles nunca antes vistos la labor de los profesionales.
La menor incidencia de enfermedades debidas al descenso del sedentarismo y los niveles de contaminación tuvieron un efecto adicional, el de reducir los costes estructurales del sistema de salud, lo cual nos permitió invertir esos recursos para conseguir llegar a zonas en las que antes era imposible acercar una atención de primer nivel.
El sueño por fin estaba a nuestro alcance. El mundo donde siempre quisimos vivir llegó tras muchos años de colaboración, acuerdos y trabajo. Y todo vino gracias a cuestionárnoslo todo, a atrevernos a innovar y fallar, a analizar los datos que nos llegaban de otros lugares del mundo, poniendo en valor la globalización.
Fueron años con una destrucción creativa altísima, con lo que se generaron nuevas oportunidades, creando muchísimo valor al alcance de todos. Lo mejor es que la concienciación social y el ánimo de colaborar entre todos nos ha permitido experimentar la mayor reducción de la pobreza de toda la historia.
Hoy algunos todavía nos preguntamos qué habría pasado si no hubiésemos elegido este camino, si nos hubiésemos empeñado en negar la realidad o hubiésemos dilapidado los recursos públicos.
Probablemente el mundo que conoceríamos sería mucho peor, por eso solo podemos agradecer a todas aquellas personas que en aquellos momentos tan difíciles decidieron unirse para construir las bases del mundo con el que soñabamos.
Gracias por enseñarnos que todo lo que deseamos se puede conseguir atreviéndonos a cambiar. Gracias por vuestro esfuerzo y responsabilidad durante las cuarentenas. Gracias por apostar por la ciencia, la tecnología y la innovación en tiempos tan difíciles. Gracias por permitirnos disfrutar de un planeta sano, con energías limpias, una red de comunicaciones de ultra alta velocidad, y un sistema de movilidad inteligente, sostenible e integrador. Gracias de parte de vuestros hijos por este gran legado que nos habéis dejado. Gracias por todo amigos. Intentaremos estar a vuestra altura.
Crónica de un nuevo renacimiento.
Suena imposible, lo sé. Muchos todavía no podemos creernos que hayamos conseguido un progreso social, económico , científico y tecnológico de tal magnitud en tan poco tiempo. Por eso hoy, dos décadas después nos seguimos haciendo las mismas preguntas.
¿Cómo pudimos hacer para salir de la crisis. tras una situación tan compleja?
¿Cómo conseguimos llegar a movilizar todos los recursos disponibles en pos de este objetivo?
¿Cómo logramos que la gran mayoría de personas y empresas colaborasen en esta carrera contrarreloj para salvar al planeta y la economía?
Estas mismas preguntas nos las hacíamos en aquellos momentos de incertidumbre y miedo. Yo estuve allí y lo viví de primera mano. Por eso hoy os lo puedo contar, con la esperanza de poner en valor todo el trabajo realizado.
Tras las primeras semanas, ya todos dábamos por hecho que nos dirigíamos hacia la mayor recesión desde la II. Guerra Mundial. Sin embargo, nuestro mayor miedo era el que tuviésemos que enfrentarnos a una depresión económica que se extendiese a lo largo de muchos años,, con el riesgo de conducirnos a la la peor de las pesadillas.
Si queríamos evitarlo, necesitábamos empezar a trabajar en ese mismo momento, y necesitábamos hacerlo todos juntos. Por eso convocamos grupos de trabajo con los principales expertos a nivel nacional e internacional para definir un acuerdo que nos permitiese fijar unos objetivos comunes de actuación.
La base del mismo fue impulsar el emprendimiento, la innovación, la ciencia y la tecnología con el propósito de poder identificar nuevas oportunidades que nos ayudasen a reactivar la economía, y explotarlas con la mayor rapidez posible.
Por eso, lo prioritario fue favorecer la inversión en este tipo de proyectos, para lo cual fue esencial Recuperar la confianza de todos los agentes de la economía. Para ello alcanzamos el compromiso de estabilizar las cuentas públicas, y el de incrementar el presupuesto en investigación y desarrollo todos los años hasta representar al menos un 4% del PIB antes de 2025.
Además, hacía falta reducir al máximo la incertidumbre asociada a los efectos provocados por las acciones encaminadas a combatir el virus, para lo que definimos procedimientos claros de intervención rápida a fin de aislar las áreas en las que detectásemos un foco de infección.
Así pues, el primer paso fue impulsar todas aquellas medidas que garantizasen el distanciamiento social y no paralizasen la actividad económica. Y de común acuerdo con las empresas, apostamos por mantener el teletrabajo una vez superada la cuarentena.
De nada servía apostar por la innovación si teníamos que estar paralizando los proyectos cada vez que hubiese un nuevo rebrote. De este modo, todas aquellas actividades susceptibles de hacerse a distancia las empezamos a realizar desde nuestros propios domicilios.
Este sencillo paso fue el que inició la transformación digital que tanto necesitábamos. Gracias a él, pudimos identificar múltiples oportunidades que terminaron convenciendo a las empresas y a las personas sobre los múltiples beneficios que este tipo de tecnologías podían tener en nuestro día a día.
Además, esta decisión contribuyó a descongestionar de forma drástica nuestros sistemas de trasporte en las zonas urbanas, con lo que el riesgo de contagio disminuyó mucho. Pero sabíamos que necesitábamos todavía reducirlo más.
Por eso también se acordó la flexibilización de horarios y jornadas, se ensancharon las aceras quitando muchos aparcamientos en superficie, y se fomentó el uso de transportes alternativos como la bicicleta, los patinetes y los modelos de movilidad compartida como por ejemplo el carsharing para conseguir un uso más fluido de las infraestructuras. En definitiva, se trató de poner las primeras piedras de una ciudad sostenible.
Aunque parezca extraño, el carsharing vivió un apogeo por varios motivos. El primero era algo que ya conocíamos: su eficiencia energética. Por una parte, los vehículos disponibles eran eléctricos, especialmente diseñados para la circulación en ciudad, y por otra, al compartir el vehículo con pocas personas, las posibilidades de contagio eran mucho menores a las del trasporte público.
Adicionalmente, toda la investigación realizada en materiales que destruían el virus por contacto, el aumento en los servicios de limpieza y mantenimiento de los vehículos, así como los sistemas de ventilación y purificación del aire hacía que el contacto directo con el volante, los asientos, y el resto del equipamiento no supusiera ningún problema. a nivel sanitario.
Como imagináis, todo ello contribuyó a mejorar la salud de los ciudadanos. Gracias a la presión social, el tráfico rodado descendió, con lo que se consiguió reducir los niveles de contaminación en las ciudades de una forma drástica y permanente. Y dado que la opción de caminar era más segura, muchos elegimos hacerlo en lugar de usar otro tipo de transportes.
Estos avances implicaron definir por fin una normativa que permitiese desarrollar nuevas soluciones de movilidad, favoreciendo la creación de Sandboxes urbanos, es decir, entornos de experimentación controlados, de modo que pudimos aprovechar las zonas restringidas al tráfico en pleno centro de las ciudades.
En ellos estudiábamos nuevas propuestas tecnológicas con potencial de extenderse a todo el país. La primera de ellas fueron los modelos de logística de última milla basados en vehículos autónomos, para garantizar el abastecimiento a aquellas personas más vulnerables en caso de nuevos confinamientos.
Todo el mundo parecía interesado en disfrutar de estos servicios, pues facilitaban mucho el comercio, lo cual suponía una ventaja adicional en caso de repunte. Por ello permitimos su explotación masiva, en especial para favorecer los nuevos negocios digitales.
Eso sí, para que estos vehículos no interfiriesen con los peatones, tuvimos que Definir unos carriles y normas de circulación básicas, pues muchos de ellos al ser eléctricos y no contaminantes podían hacerlo por las áreas peatonales.
Este nuevo modelo de movilidad generó una inmensa cantidad de datos que no podíamos desaprovechar, en especial después de digitalizar las infraestructuras urbanas haciéndolas inteligentes mediante el internet de las cosas.
Por eso impulsamos la creación de plataformas abiertas para la agregación y gestión de dichos datos, con lo que surgieron nuevas propuestas innovadoras que contribuyeron a optimizar todo el sistema de transporte.
Propuestas que a continuación se replicaron en otros sectores, impulsando la transformación digital de toda la economía en un corto periodo de tiempo. Los sistemas digitales resultantes permitieron incrementar de manera exponencial el número y la calidad de los servicios a la ciudadanía, mejorando al mismo tiempo la competitividad del país.
La llegada del 5G nos ayudó a dar el siguiente salto, avanzando hacia modelos de vehículos autónomos y conectados en los que exploramos el uso de nuevas tecnologías como la realidad aumentada, la realidad virtual y el consumo de entretenimiento en el interior de los mismos.
El auge de estos modelos de movilidad impulsó un desarrollo tecnológico que repercutió de forma muy positiva en otros sectores, consolidando la industria del país al crear cadenas de valor eficientes y adaptables a los picos y valles de la producción.
La especialización tecnológica apoyada desde las instituciones y el sector privado llevó a un crecimiento sostenido de las pymes, lo cual redundó en la mejora del tejido productivo al favorecer la salud financiera de un importante número de entidades con capacidad de invertir en I+D+I.
Gracias a ello pudimos crear un ecosistema emprendedor con múltiples agentes capaces de desarrollar tecnologías que cambiasen las reglas de juego, generando riqueza y empleo de alta cualificación.
La última dimensión que quería comentar fue la vertiente energética. A pesar de la mejora en los indicadores de contaminación y emisiones, no nos olvidamos de la emergencia climática. Por eso enfocamos la recuperación hacia un modelo económico mucho más limpio y sostenible.
Por una parte, incentivamos la investigación en materiales, metodologías y comportamientos que mejoraban el aislamiento y reducían el consumo energético. Como ya hemos visto, la movilidad fue un buen ejemplo de ello, pero no el único. La agricultura, los procesos industriales, los edificios, el comercio… todo fue repensado para minimizar el gasto energético.
Y por otra parte, trabajamos para conseguir unas fuentes de energía más limpias y rentables. Así apostamos por las energías renovables, en especial la solar y la eólica. Gracias a ello no solo conseguimos una mayor eficiencia medioambiental, sino que además conseguimos reducir nuestra dependencia energética del exterior, pudiendo utilizar dichos recursos en acelerar el proceso de transformación del país.
Todos estos cambios vinieron de la mano de un incremento de la participación social en la toma de decisiones. De ahí que los derechos humanos, la sostenibilidad del planeta y la reducción de la pobreza fuesen ejes trasversales sobre los que giraron dichas mejoras.
Un éxito que se alcanzó gracias a la participación de todos.
Un cambio que requirió estrategia, colaboración y valentía.
Un reto que demandó esfuerzo, trabajo y aprendizaje.
Un triunfo que hizo realidad el mundo en el que siempre quisimos vivir.
Desde AEVAC ya son tres años trabajando por lograrlo.
Aitor Fernandez – President AEVAC
David Fidalgo – Vice President AEVAC